¡Ay, dejemé!

El rubor que me ha hecho impune.

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Nombre: Silvia Sue
Ubicación: Santa Fe, Argentina

sábado, octubre 21, 2006

Letradía IV: No dá para amor.

Si algo me ha obsesionado siempre es el idioma, y hay que ver que no digo el lenguaje: digo el idioma como continente y padre de los subderivados: dialectos, regionalismos y mutaciones varias. Pero últimamente no sé por qué me fascinan las interpolaciones en el decir de la gente, esas combinaciones que generan un frankestein increíble, que hablan de las pertenencias e identificaciones del que habla, aunque el que hable no se refiera a sí mismo. Los grupos sociales etarios imponen neologismos atractivos que tienen un origen puntualmente burgués, como la moda en todas sus expresiones: los marginales arrastran el vulgo primitivo y deformado en su propio origen, nunca pulido justamente por carencias culturales, pero incorporan de la clase media los retazos del punto de identificación: la franja de edad unificadora y la aspiración por parecerse, por sentirse parte. Hoy me vino a ver un exponente perfecto, digno de la mirada de un sociólogo a la hora de la tesis: un muchacho de veintitantos años, moreno, pequeño aro de fantasía en la oreja izquierda, el pelo termina en una coleta prolija, beteada con unas mechas mal teñidas de un rubio dudoso. Es delgado, alto, risueño, fibroso, bastante apuesto, con una cara singular: la naríz un tanto ancha, las facciones duras y la fina comisura de los labios que revelan, tal vez, algún que otro abuelo indio. Vino para consulta, con una vida nutrida de conflictos judiciales varios: procesado pero nunca condenado, la última vez que vió una comisaría lo habían parado por rufián.
Después- dice-la vino zafando. Ahora-me cuenta-“yo le vengo a consultar porque el problema que se presenta es que como tengo un hijo, la madre me denunció mal por no pasarle la alimentación. Yo estaba juntado de pareja con ella...pero vió, Doctora, la pareja es lo jodido, es jodido, es jodida la connivencia, cuando no hay complementación: uno se dá cuenta cuando se tiene que abajar de un proyeto de vida… para mí, ella ya fue. No hay onda, pero está la criatura de por medio: y la criatura no tiene la culpa. El problema que se presenta es que ella me vive criticando, mal, dice que desde que me compré la moto, me hago el guitudo, el apoderado, pero que a ella no le doy nada. El problema que se presenta es que yo ahora no estoy efetivo en mi trabajo, y aparte tengo que pagar la moto, y aparte que si yo le doy plata a ella, se la gasta, la gasta en otras cosas, y la que nunca tiene nada es la criatura. Ella aparte siempre anda con ropa de caté, zapatillas de marca, todo: y la criatura, nada, ni ahí, lo manda al comedor, así que de repente en comer casi no gasta. Cuando estaba conmigo, la criatura sí que andaba vestida joya... Pero ahora, Usté viera …yo lo que tengo miedo, Doctora, es que como la madre le llena la cabeza, la criatura se me traumatice mal. Psicológicamente, digo. Ella dice que como yo laburaba con las trolas…pero ahora nada que ver, ahora yo estoy tranqui porque zafé, me sacó el abogado ese que le conté, el que trabaja de jefe en la Dirección de Hidráulica. El gordo, vió, Ud. sabe, ese que es trolo. Ahora ya no me quiere atender más, por eso vengo acá a verla a Usted. Bueno, sabe qué, yo salí con él un tiempo: le gusté, y para que no me cobre…salí con él, yo no soy trolo pero por plata me prendo en cualquiera. El problema que se presenta es que se me enamoró el tordo, y ya empezó a querer otra cosa, tipo que me fuera a vivir a la casa de él, y eso. Y yo ya tanto no quería, yo le había dicho: “Todo bien, tordo, pero ¿sabe qué? … No dá para amor”. Y ahí me parece que se ofendió.

Mal.

viernes, octubre 06, 2006

Sin respuesta

Juan Manuel (se sabe que es mío y tiene 10 años) va al colegio en transporte escolar, que lo busca puntualmente a las 7, 10 hs clavadas de lunes a viernes, llueve, truene o caigan meteoritos. A las 7 y diez minutos en punto se escucha la bocina estruendosa e inimitable de Fernando, el transportista, flaco y alto él, una especie de garza rubicunda. El tranporte explota de chicos que el bueno de Fer reparte en dos o tres colegios, de acuerdo a su estratégica rutina.

Cuando Fernando toca la bocina, y Juan Manuel no está del todo listo, el chico entra siempre en un pánico exagerado, con un temblor incontenible que observo sin entender. La escena suele repetirse cada tanto, porque siempre hay una campera que terminar de abrochar, o un cuaderno que quedó sin guardar, o una galletita a medio comer.

Ayer pasó otra vez, porque no encontraba un libro, y entonces hoy aprovecho que es temprano, le saco el tema y le pregunto:-“Mirá, cuando actuás con la desesperación de ayer no entiendo qué te pasa, Manu. Si estás un poquito retrasado, Fernando te puede esperar un minuto en la puerta, le avisamos que ya salís, no pasa nada por demorarse un ratito… ¿qué, acaso Fernando se va a enojar si te tiene que esperar un poco?

Juan Manuel, ya con los ojos llenos de lágrimas, me mira con cara de terror contenido y me dice en voz baja, como quien cuenta un secreto: - “No, má. El problema no es Fernando. El problema son los judíos”

-¿Qué judíos?-le pregunto.

-Los judíos-me dice- son unos chicos que Fer lleva con nosotros, a la Escuela Israelita que queda en el camino.

-¿Y qué pasa con los judíos?

-Y, lo que pasa es si me demoro, aunque sea cinco segundos, los judíos se quejan, me empiezan a insultar porque los retraso a ellos, y son re violentos y quieren pegarme, y Fernando no puede retarlos, ni decirles nada, ni yo tampoco puedo defenderme ni decirles nada.

-¿Y por qué no se les puede decir nada?

-No, má, no se puede. Porque le cuentan a los padres, y los padres hacen la denuncia por discriminación. Nadie puede decirles nada, nadie puede tocarlos, porque los padres van a los Tribunales y hacen la denuncia. Ellos lo saben, siempre se ríen por eso y nos tienen amenazados a todos. Un chico de mi colegio que va en el transporte se enojó con uno de ellos porque lo estaba maltratando porque se demoró en salir, y lo mandó a la mierda y le dijo una mala palabra, entonces los padres del chico judío hicieron la denuncia ante el rector de mi colegio amenazando con hacer un lío por discriminación.-

-Perdón, pero... ¿la mala palabra cuál fue?

-Y, le dijo “mal parido”. Pero yo no entiendo, una vez a mí también alguien me gritó eso en una pelea, y yo digo... ¿por qué yo no puedo hacer denuncia porque me dicen mal parido? ¿Hay que ser judío para eso?

-Y, sí. Quiero decir, no. Bueno, es un tema complejo, un día te lo voy a explicar. Vos, por las dudas, tratá de no demorarte nada. Dale que ya vienen y se te hace tarde.

Sale corriendo y me quedo pensando en él, hijito de mi alma. Ahí su foto, en un portarretratos me devuelve su pelo dorado, sus ojos ingenuos, su piel tan blanca, su rostro puro en el que es imposible encontrar ni la más mínima huella semita, a pesar de su abuela materna con rasgos de camello. Más bien, en otro tiempo, pasaría por un pequeño púber listo para integrar las Juventudes Hitlerianas. Y hoy, a las 7 de la mañana, sentí yo misma el escalofrío de su miedo al judío que lo hostiga. Que lo sojuzga, que lo amenaza justamente con su carnet de judío.

Cómo explicarle que la historia, en la forma de pequeños mosaicos, pasa estas facturas imperceptibles y de toda justicia, estas venganzas semi absurdas, estas ironías inexplicables para que algunos se las cobren como puedan. Para que esta inocencia de mis entrañas, ajena a otras masacres sin respuesta, me pregunte y yo pague, sin chistar, con el confuso silencio de mi vergüenza.