¡Ay, dejemé!

El rubor que me ha hecho impune.

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Nombre: Silvia Sue
Ubicación: Santa Fe, Argentina

miércoles, diciembre 27, 2006

Bichito

Suele pasar que se nos llene la cocina de cucarachas, lo cual es lógico: algo rico, por ahí, debemos haber dejado afuera, sin tomar la precaución de guardar. Entonces, la cucaracha, bicho repugnante si lo hay, (y con solemnes pedidos de disculpas a todos los ecologistas por lo que estoy diciendo, pero juro que esta es la única visagra que tengo, y que me puede) decía que la cucaracha prolonga su miserable e inservible vida trepándose por donde puede. Es el momento de guardar, dicen todos, y de fumigar. La cucaracha es difícil de matar, ella lo sabe pero igual no le gusta escuchar que la van a fumigar. Y no le gusta porque eso la descoloca, le quita libertad. Se pone coto, de alguna manera, a su cucarachosa perseverancia de ser masivo, antiestético, envidioso y con olor a verdura en mal estado. A la cuca (que escucha, no crean que no) no le gusta la fumigación inminente y se pone nerviosa: no lo admite, no se resigna, se frustra, no sabe por dónde meterse, y va caminando desesperadamente por todas partes dejando un vaho vomitivo que no sale del plato ni siquiera con detergente. Siempre asocié la recepción del spam que todos los bloggers sufrimos (cuando los blogs son absolutamente expuestos como era el mío) con esa cosa blancuzca y asquerosa que le sale a la cucaracha semi aplastada pero viva, y lo ideal (sigo pensando) es que “eso” vuelva de donde vino, lo que implica el siguiente mecanismo: si se recibe esa cosa, esa baba maloliente, primero se vomita reglamentariamente, y luego se hace un paquetito intitulado “spam” (avisando) y se manda puntualmente en el mismo itinere. Y digo que la fuerza, el verdadero poder de la cucaracha (porque es un bicho, mejor dicho, un bichito pequeño, muy pequeño, inofensivo, que en realidad no muerde ni pica) está en el asco que produce. Uno cuando andan las cucarachas cerca, tiende a irse. Primero fumiga, pero sabe que con eso no la mata: con eso la altera, la enloquece, la obliga a que se arrastre un poco, pero seguimos oliéndola, asistimos al escarceo de la cuca con las patas para arriba cuando se desmorona, cuando ya no sabe qué buscar. Pestes antiguas, y en otros formatos del cyberespacio, siempre vigentes.

Alguien muy querido, al verme estornudar del asco con los estertores de la última fumigación con que se moderaron los comentarios de “Ay,..” me regaló un departamento, en el país del Wordpress, para renovar las hornallas, poner los postres en la heladera y usar desinfectantes nuevos. Allí nos hemos mudado, y allí estaremos a partir de hoy.

No es que así se terminen estas plagas, claro que no: pero uno, yéndose, cambiando, renovando la cocina, tiene la ventaja de no envenenarse con los efluvios desparramados, y a la vez, puede poner a la cucaracha en el lugar que le corresponde: el del bicho. Bichito.