¡Ay, dejemé!

El rubor que me ha hecho impune.

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Nombre: Silvia Sue
Ubicación: Santa Fe, Argentina

miércoles, mayo 31, 2006

Elisa, no te entiendo

Por más que quiero, no puedo, Elisa, no te entiendo.

Me acostumbré a admirar la ética impecable de tu proyecto, la inteligencia preclara de tu debate, la brillantéz con que abrochaste siempre los cuestionamientos más rigurosos, la dignidad de tu respuesta a la crítica y al exacerbo de tus enanos opositores.

Mi maltrecho cerebro puede procesar hasta a duras penas la incongruencia, hasta a duras penas el aristocrático linaje de tu "incorporación Olivera", pero tiene una profunda inoperancia a la hora de "comprentender", diría el poeta, el fogonazo de lo insólito.

Y decir que respaldarás la candidatura de Lopez Murphy por considerarlo perteneciente a la "derecha decente", me remite a tanto planteo filosófico acerca de la contradicción entre derecha y decencia, con conclusiones casualmente tuyas, llorosamente tuyas, amargamente tuyas, compartidamente tuyas, que lo mío debe ser una negación, porque cualquier intento más arduo por entenderte me pondría, sin dudas, en el tránsito riesgoso por esa delgada línea que suele dividir lo insólito con lo esotérico mismo, para arrastrame al voluntarismo alegre habido en la superstición. Y debe ser que no puedo, Elisa, porque eso significaría, en el delirio, perder de vista al verdadero enemigo, a su exponente bizarro, mediocre y local.

A su canina representación.

sábado, mayo 27, 2006

Letradía II

“¡Y a ese moroso que tenemos, la semana que viene me le mandás una carta rajante!

(Frase dicha a un colega mío por un empresario local sumamente adinerado y sumamente bruto, para el cual este colega trabajaba. La frase fue dicha asentando un puñetazo sobre el escritorio, y donde dice rajante no se ha querido decir "urgente", (porque estaba planeada para días posteriores) sino (según el colega) que esa expresión fue usada por el citado animal en el sentido de fuerte, intimidante, etcétera. Evidentemente, a alguien se la escuchó alguna vez, y él la entendió como dura y jurídica, no como de trámite inmediato.

Una analfabestia mezcla de “flagrante” (te agarré debiendo), con “partante” (partirlo en dos), esto último de la impresión que seguramente tendría el moroso por la carta (fuerte, intimidante, etcétera).

Qué se le va a hacer.

Y de un sucedáneo habitual (o imprevisto):

viernes, mayo 26, 2006

De cuernos, cornudas y cornudos

Porque el idioma tiene estas cosas, y la mediocre mentalidad circundante ha sabido adaptarlo a sus miserias, la expresión “cornudo/a” resulta un insulto inexplicable. Eso, aún cuando se supone que esa calidad de tal proviene de “algo” que a uno le hicieron, no que uno ha hecho. La traición, con toda la carga de ruindad y de vejación que implica, trae consigo no solamente el asombro, la amargura, el destrozo y la desilusión para el traicionado: también hay un plus en la sórdida ironía del juicio ajeno que recae absurdamente, no ya sobre el perpetrador, sobre el abusador del sentimiento ajeno, sino sobre la buena fé, consensuado hasta en niveles de religiosidad si el pisoteado siempre es el caído, si al que se crucifica es al Cristo. Y sí, a aquel del que se sabe ha sido traicionado, le cabe a la hora de las charlas, o a la hora del enojo de los demás (enojo proveniente de razones cualesquiera) la aplicación de este insulto, de esta vituperación que llena de indignidad, y que remonta a la más brutal injusticia, porque es obvio que el cornudo/a no ha participado (al contrario!) de la traición que es la que debería ser objetada en realidad, y sobre la que hay, en el mejor de los casos, nada más que un ceño fruncido y un reproche. El cornudo ha estado fuera y sufrido como víctima el acto de cornudéz. En el fondo, hay un sustrato que remite a un mecanismo habitual, y que recuerda al “algo habrá hecho”, de ciertos no tan lejanos tiempos, y al de que la violaron pero andaba con minifaldas. Hay, sí, como un regodeo un poco sádico de convalidación de castigos que son siempre para otros porque han sido buscados conciente o inconscientemente, y que por eso son merecidos. Ese merecimiento, que no tiene una lógica sustancial y que por eso no se dice abiertamente, se vomita en la violencia de la palabra: “es esto, es aquello, y además es un cornudo” En la señalización del cornudismo, está, por supuesto, la necesidad de refrendar un cierto equilibrio de las culpas, para poder así justificar la inmediata simpatía que produce en el imaginario social medio la acción astuta y “vivilla” del corneador/a: si la “cornuda” es ella, seguro que no era buena amante, o que estaba gorda, o que era más “madre que mujer”, o que “no lo supo cuidar”, o que él “salió a buscar lo que no tenía con ella”, etcétera. Y si el cornudo es él, es porque “trabajaba demasiado”, “no la atendía”, “no estaba nunca” y otras lindezas, con el agregado en este último caso, de que en el comentario machistoide figura por lo bajo la apreciación de la dudosa moral de la cuerneadora, pero no por la traición en sí misma, sino por andar probando lo prohibido: el placer, en ella, sí es de alguna manera castigado.

De hecho, al parecer, el desafío ( y lo que demuestra al mundo que somos completos, respetados y dignos de que nos amen verdaderamente), es que no nos cuerneen. Incluso, si nos cuernean, el no haberlo sabido, el no haberlo advertido, siempre se presume falso: se supone que uno debe tener en claro que lo están traicionando, “ me vas a decir que no se daba cuenta”, lo que no se entiende es el por qué del placer que el entorno sospecha que existe en el traicionado de “saberse” traicionado y seguir en ese estado sin intentar revertirlo, o sin protestar. Porque si las íntimas reglas del juego preveen los cuernos, dejan de serlo en su definición engañosa, y si estas reglas no lo preveían, lo que es lógico es que el sujeto/a se subleve ante la traición del otro. O bien, dado esto último, si se insiste en disimular este estado de cosas, es obvio que no es porque no haya un profundo sufrimiento en quien es cuerneado, sino porque existen otras situaciones (niños, vinculaciones familiares, etcétera) que hacen que el cuerneado posponga inconscientemente, tal vez, el momento de entender que su vida está terminada. O bien, por qué no, la existencia de un amor desaforado de esos que hacen imposible imaginar la vida sin el otro, en cuyo caso el cuerneado es más culpable aún, porque se niega a asumir la realidad del cuerno que lo llevaría indefectiblemente a interrumpir el infinito placer (otra vez) de proseguir su idilio con el traidor amado.

En ese caso, sí, la palabra cornudo lleva ínsita con mayor vehemencia ese caudal de saña, de cuchillo sobre el moretón: la ira colectiva que quiere ver el dolor y goza con las ruinas, la frase antigua que ahí mismo deviene en furia de sentencia y en sarcasmo, aquella que cambia la puntuación: la típica “amor, con amor se paga”, que pasa a ser: “amor con amor….SE PAGA”

miércoles, mayo 24, 2006

Santus eróticus

Ellos pueden compaginar "la inocencia con la piel".

Un beso cómplice desde aquí.

domingo, mayo 21, 2006

Letradía

Pensaba exactamente en eso, en cómo una sala de audiencias se parece a la maqueta de una Iglesia, en cómo una audiencia de divorcio es algo así como una simbiosis entre una sesión de psicoanálisis y una misa en honor de un muerto, y eso que no hay sofá pero están los bancos iguales, solemnes y largos, están las cruces intimidatorias, está la trilogía del Padre con el Hijo y el Espíritu Santo, un solo Dios verdadero en esos tres dioses momentáneos del Tribunal colegiado ahí presentes, la Biblia para jurar, la letanía del Secretario, de pie para oír a los dioses, sentados para la confesión conyugal masturbatoria, otra vez de pie para los testigos, la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad, a mí me contaron pero no me consta, todo el mundo lo sabía, los demandantes-demandados a los dos lados, vereda de enfrente a la Misericordia, alguien-alguienes en atenta escucha de las infimísimas tribulaciones de los infimísimos mortales a la zaga de la clemencia para su ridícula catarsis, para los llantos, para los insultos, para el purgatorio de todas las culpas, Dios, eso de la Justicia, esa cosa diletante, ajena y majestuosa, el ceño fruncido de Sus Señorías del Sufrimiento, ella se fue con otro, él me dejó por ella, Padre, Padre, por qué me has abandonado… ¿y esto cuánto me va a salir, Doctor? Cuánto para que la tríada de dioses asista a este histrionismo de lo obsceno, a la locura, al patetismo, a la diabólica mirada de la miseria puesta en las pasiones idas, al desgarro, a los harapos de los otros, a los pobres amores derrotados, al cuerpo con sus vísceras afuera, a ese cadáver maloliente, oremos, ….quien se queda con la tumba, la casa a nombre de quién, los niños ahora vivirán dónde, la paz sea con todos nosotros y con sus pequeños espíritus, fue ella, fue él, fue la otra, él con la otra, pidamos perdón y me opongo a que se le haga esa pregunta, los muebles eran míos, me negó la criatura, señor Juez, ha lugar a la protesta y quién me devuelve mi vida, señor, mi culpa, mi culpa y mi gran culpa y lo que perdí a su lado y por eso, amén, todos de pie, abogados al despacho, autos a resolución y hemos celebrado esta misa por el eterno descanso de su alma, y yo parada ahí, en algún frío lugar a los costados, firmando por los deudos retirados, me siento con una larga toga negra ensangrentada, me siento una burócrata con precio, oliendo a sepultura, llevándome otro muerto, guardando las navajas, buscando qué comer en la basura.

jueves, mayo 18, 2006

Robo con rubor que me hace impune de antiquísima y conocida poesía quechua (hoy acorde)

Canción guerrera

Beberemos agua en el cráneo del traidor.

Usaremos sus dientes como un collar,

de sus huesos haremos flautas,

de su piel haremos un tambor.

Después...

después bailaremos.

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miércoles, mayo 17, 2006

. . .

A quien debo avisar, si mis sueños son impublicables, si hablar demasiado es también romper este hechizo entre nosotros. A quien poner al tanto de este trueno de este grito de este bárbaro estampido, de esta lucha de este entierro salvaje de este enjambre de abejas en horade de la carne. Ya no hay nada, ves, que no escriba vomitando y que no aplaste al contenerme, ya no hay nada que no sea una sola náusea tiritando, que deambula conmigo y transpira en el umbral.

Me tragaré mi amor, se ha decidido.

lunes, mayo 15, 2006

La importancia de llamarse.

En la interminable lista de las cosas imposibles de cambiar, está la denominación que tiene uno. Porque sabido es que el nombre es denominación por otros, ( "yo no me llamo, enseñan en el colegio, a mí me llaman") es esa rotulación infame plagada de ajenidades e inspiraciones de todo tipo.
Un pecado original, que aparece en la partida de nacimiento y en el documento de identidad, una cadena de signos arbitraria que determina el inicio de la propia historia. La primera injusticia documentada. Imposible de cambiar en tanto no sea obsceno, o ridículo, según la ley dice: Consuelo Barato se llamaba una clienta que una vez nos vino a ver para que le hiciéramos una sumaria información para cambiar el nombre: cumplió su condena y esperó hasta los dieciocho años, pero tuvo el privilegio de elegir quien quería ser, (en su caso, ya era directamente no llamarse, sino ser) una especie de indemnización al castigo inexplicable de sus padres a esa bebecita que un día fue la pobre Consuelo. Yo, es cierto, siempre (siempre antes de…), siempre quise llamarme de otra forma. Mi generación era la de las Claudias, Carolinas, Silvias, Gabrielas, Sandras, Marcelas…nombres de moda en féminas nacidas entre el 60 y el 70. Nombres con una cierta asonancia como de modernidad, y que no decían nada, en realidad. Después estaban los nombres bíblicos: las Marías no sé cuanto, las Ana Marías, las Verónicas, que aparecían con un dejo como más de distinción, de recato encomendado. Pero yo soñaba con tener un nombre exótico, sofisticado: el mío me parecía vulgar, reiterativo, como con una musiquita obvia en su pronunciación, insoportable, previsible, igual a la de tantos: Sílviasusána, Cláudialiliána, Sándraviviána, …no me era digno, por Dios, yo me preguntaba cómo se le pudo ocurrir a mi vieja dejarme semejante cartel y con pintura indeleble. Yo pensaba que la identidad, en mi caso, poco tenía que ver con lo que me identificaba, y por eso soñaba con llamarme “Marlen”, por ejemplo, o “Mildred”. De piso, “Anabella”, que me parecía cautivante, y siguiendo las fantasías, solía impostarme en nuestras salidas adolescentes: ir a bailar también era maquillarse, y yo empezaba por el nombre: “¿cómo te llamás?” “Natasha”, por ejemplo.

Total, el apellido era obviable. Yo solamente decía la verdad cuando por algunos indicios, me parecía : 1) Que el candidato podía pertenecer a un grupo conocido, o conocer a alguno de mis hermanos y/o amigas y/o hermanos de amigas, o bien 2) Que el candidato pintaba como para relación posterior: si me gustaba, no iba a resistir el papelón inminente, que se enterara de que no soy “Mara” o "Jezabel".

No me acuerdo, (ya no me acuerdo) el día exacto en que empecé a mirar como de reojo mi verdadero nombre, el día en que lo empecé a escribir reiteradamente al borde de las carpetas en las interminables clases de la Facultad, tal vez pensando cuánto peor era “Gladis”, tal vez rememorando siempre a un novio que solía decirme es muy lindo tu nombre, Silvia : es corto, dulce, y empieza con esa viborita…Pensamiento contrapuesto: opinión descalificada la de él por exceso de subjetivismo, uno siempre ve lindo lo que quiere, vayamos a otra opción: ahí está, no debo olvidar a la musa del dios del vino, no debo olvidar que me llamo también Susana, como la Susanita de Quino, y otras argucias más destinadas al mitigue de mi desgracia.

Sí recuerdo cuándo empecé a amarlo de verdad, y a no querer llamarme de otra forma: no fue tan tarde, porque yo tenía diecinueve años cuando leí “Ultimo Round”.

Cuando Cortázar me hizo conocer a “Silvia”.

viernes, mayo 12, 2006

Temperamento das femeas

jueves, mayo 11, 2006

Un poema del amigo Horacio Rossi

EXTRAMUROS

Ante las nunca habidas pero eficientes puertas de la ciudad

emergen unos toldos de lata y unas tareas sin palabra

y se establecen afuera, perfectamente afuera

y desde allí penetran las nunca habidas pero cerradas puertas de la ciudad

rociando nuestros ocios con un tema de charla que tampoco perdura...

el instinto de esa gente conoce...

escuchan las electricidades al tocar los envases y las cenizas del consumo

que alimenta la carne y la presunción, es decir la materia y la ignorancia

es decir la creencia y la ajenidad (estoy tratando de algo decir)

de nosotros los no menos transitorios y mudables...

forman la hilera para el examen de las hojarascas domésticas...

contratan apenas pactando la transacción que los enladrillados

creemos gananciosa para nuestro ciudadano privilegiado beneficio...

en así aprenden cómo

y se preparan a heredar el mundo.

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No te muevas.

Andá, dijeron por ahí,

rompele las alquimias a los melancólicos entregadores

que subastan al mundo las astillas de tu corazón.

Averiguá cuántas alas se han quebrado en el intento

casi suicida de roer la

cruzada monolítica

que nos circunda.

miércoles, mayo 10, 2006

Re bien

La teoría conspirativa tiene su lugar preferido siempre en el relato invariable del lego cuando tiene un conflicto judicial. Pero cuando el lego, además de tal, pertenece al abultado grupo de los excluídos, de los marginales, hay también un dialecto que acompaña, un idioma bizarro y avezado en tecnicismos mal empleados, pero dichos con soltura, hasta con cierta conmovedora candidez. Se trate de una cuestión penal o civil, la idea primaria es que contra él se está urdiendo una gran conjura, todo un grupo siniestro de enemigos con amigos “arriba”, orquestados para arruinarlo, y los motivos son siempre los mismos: o son viejas venganzas, o es por envidia. La envidia es un concepto que se agota en sí mismo, no necesita razones. Pero él también tiene amigos, dice. Tiene un amigo que es ordenanza, que conoce muchos jueces. Y que a su expediente lo va a “sacar”, porque también tiene un amigo que el abogado le dijo que en una semana, en-una-se-ma-na, se lo hace ganar, porque tiene un hijo que trabaja en la Casa de Gobierno y conoce muchos políticos. Entonces se lo hace ganar. No como le pasó al primo, que el abogado se le quedó con todo. Se quedó con la casa. Se quedó, se la quedó. ¿Y cómo hizo? Ah, no sé. Porque vió como dicen: hecha la ley, hecha la trampa. Se la dejó para él, con un papel trucho. Y todo por un juicio que le hicieron porque tenía un hijo con una que hacía la vida, y al hijo no lo quería poner a nombre de él. Ahora el chico está a nombre de él, y le tiene que pasar la mantención, pero ella al nenito no se lo quiere mostrar. Ya tenía una denuncia, que le hizo la mujer actual por malos tratamientos. Le pegaba, y parece que ella iba todos los días a poner la denuncia. El se enteró porque le llegó el papel. Ella lo ensució, él la tenía re bien, sobrada de todo, sobrada de todo la tenía, pero se ve que el abogado se entongó con el abogado de ella. El le dijo al juez que le pegó pero porque estaba tomado y cuando se toma, no sabe lo que hace. Porque en realidad él la tenía re-bien, él es policía, creo que cabo primero, gana sueldazo y la madre. Sueldazo y la madre, así como se lo digo, Doctora, porque de sueldo tiene como cuatrocientos, y de las adicionales, como cien pesos más. Ah, y ella cobra el Plan, así que imagínese.-
Re bien.

martes, mayo 09, 2006

Sherezade

No me acuerdo de dónde lo robé. Ya dije que lo robé, y si me molesta citar a las fuentes es porque siento que es así como citar jurisprudencia: se hace por las dudas te acusen, o por las dudas se quejen.- Alguien, seguro, que se tomó el trabajo de extraerlo de "Las mil y una noches" para que yo entienda que, en esas disquisiciones eternas que tanto me gustan acerca de las múltiples formas del ejercicio del poder, no habría que olvidar a Sherezade. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . "....El Gran Visir tenía por costumbre pasar todas las noches con una muchacha distinta y hacerlas matar al amanecer. Sólo Sherezade, gracias a su don especial para contar cuentos, logró sobrevivir a la primera noche: tan maravillado quedó el Gran Visir del cuento que Sherezade le contó que le prometió salvarle la vida y otorgarle la libertad si era capaz de contarle un cuento de su agrado durante mil y una noches seguidas. Ya habían transcurrido desde entonces mil días con sus mil noches y sus mil cuentos; cuentos mágicos y fabulosos habitados por genios, ogros, caballeros, damas, Califas y bufones, que entrelazaban sus historias de amor, odio, celos, traiciones, engaños y desengaños, hasta formar el tapiz entero de las pasiones humanas. La titánica tarea que para su imaginación había supuesto cavilar todas esas historias la habían dejado extenuada, tanto que se veía incapaz de crear ningún cuento nuevo pese a intentarlo con todas sus fuerzas. Le iba la vida en ello: al Gran Visir no le temblaría la voz a la hora de mandarla ejecutar, e incluso, si fuera preciso, no dudaría él mismo en blandir el alfanje que acabara con su vida. Sherezade pasó todo el día dándole vueltas y vueltas a la cabeza sin ningún resultado práctico. Llegada la noche, la cólera del Gran Visir estalló como una tormenta al ver que Sherezade no tenía ningún cuento para él. De su boca salieron los mayores insultos y blasfemias jamás oídos. Cuando Sherezade se temía lo peor, asustada ante la expectativa del cumplimiento de la amenaza, un sentimiento de absoluta tristeza y melancolía se apoderó del Gran Visir, hasta el extremo de paralizarle por competo y anular su voluntad. Cuando volvió en sí, percibió con total claridad que no podría ordenar la muerte de Sherezade ya que si así lo hiciera le sería imposible volver a disfrutar de sus maravillosos cuentos, a los que tanto se había acostumbrado y de los que tanto dependía. Sherezade también se dio cuenta de su extraordinario poder y se hizo construir un lujoso palacio en Bagdad, al que de tiempo en tiempo acudían emisarios del Gran Visir, como mendigos, inquiriendo si la señora había ya terminado su último cuento. "

lunes, mayo 08, 2006

Digo

Ay, dejemé! no tiene pretensión de vampiro blogger, ni de sesuda advertencia a quienes llegan a su ventanal. "Ay,..." es una bitácora semejante a ese consabido mundito que se puede armar en cualquier altillo repintado de cualquier casa vieja, ahí donde uno decide alejarse para colgar un afiche, llevarse un termo, leer poetas hondos, escribir creyendo, amar lo inasible, cocinar, hacer terapia en soliloquio sin pagarle a nadie, odiar su profesión, admirar lo que es, arrepentirse, sentirse fuera del afuera y succionar de otros que se sabe que están adentro.

domingo, mayo 07, 2006

¿Y ahora?

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Después de meter el gallináceo pico en los gallineros de otros, después de picotear en plazas, tolderías, torneos de tenis, lunas de Arcadia, calideces de infierno, rutas argentinas, humos de damasco y otras delicias, es mentira que siento que no se lo debo a nadie. Por eso yo, en algo más que agradecimiento, tendría que decir que pasen, que picoteen, que degusten, que griten todo lo que quieran, que se sirvan. Eso si no fuera que, por ahora, en la heladera de la creación, solamente hay medio limón y un cubito rosado.